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Lacking

-Riggs Robertson









 

Deep, aching strain pulled against his back muscles, making them groan with effort. Hard work was etched into every part of his body, hands, back, legs, face, skin, heart. Theleus tipped his head back, the sweat falling from his brow, and trickling down his back. Two days. Two more days and his release date will have arrived. It felt like a dream, a moment that Theleus had thought about during late nights when he found it impossible to sleep. A recurring dream.

The bugle rang out, and all of the prisoners dropped their tools synchronically. Dry dust rose at the shuffle of feet, as they migrated to a patch of land shadowed by the cliff. It was lunch; tin bowls already set out in front of the gruel.

Theleus set down his pickaxe and followed. His large, alligator legs stomped heavily on the dust, leaving footprints behind. He attempted to be mindful of the smaller prisoners; some of them barely came up to his hip.

The thin tin dish was comically small in clawed fingers. It was not enough food to feed a Ap’met’krek of his size, but complaining about it would not get him anywhere. Theleus could do his work with a portion so small, and that was what mattered.

Keeping his eyes down, Theleus watched the gray slop being served before turning to go find a cool, isolated spot to eat his lunch. Lots of the best places had already been claimed by different gangs and cliques. He spotted the loudest person here, perched on a rock, surrounded by his entourage. The loud inmate had currently engrossed them with a tale that was probably a lie. Theleus turned away. There was one spot that had been left vacant, tucked close to the cliff, small and partially hidden.

The sand was still a bit warm from the changing shadows when Theleus settled down, balancing the tray on his knee, picking up the spoon and starting to scoop the meal into his mouth.

“Theleus!” a voice rang out from the yard. Theleus looked up, catching the eyes of the excitable creature running towards him. It was Click. Click was about half of Theleus in both height and width, with a third arm on their right side. Tufts of tendrils lined the top of their skull, thick and oily, flopping down on one side of their face: a bright pink and black with a small tail swishing behind them.

Click plopped down next to him, starting to cheerfully recount their day and opinion of the meal. Their mouth was running a mile a minute, food slipping out of their open jaws and onto the sand before them.

Theleus did not respond to a single question, comment or conversation, letting the noise become white noise. He continued to watch the other prisoners milling about.

A wet slap of half a portion getting added to his tray broke him out of his stupor. Click did this, giving him as much as half of their own food. Smaller, they had explained once—when he had not asked—you’re huge, and probably don’t get enough to eat. When I got caught, my kids were just at that growing age, and boy could they e-.

Theleus ate the half portion of the meal.

“Isn’t your release date soon?”

He mulled over the question. His voice cracked, crumbled and rebuilt itself when he spoke, from disuse, sand and damage.

“Yeah.”

“That’s exciting! When is that?”

“Two days.”

One.

“Oh wow! Going to miss you in here,” a bony elbow ribbed into his ribs playfully. “Going to have to find someone else to eat with during lunch. What’s the first thing you’re going to do?”

Theleus looked to where he had left his pickaxe. It was dirty, crusted with mud and grime, half buried in the sand now. The wind was unrelenting. He looked at the loud inmate. Weak. Easily beatable.

“Nothing,” he replied after a moment.

Click looked confused.

“Nothing? Really? There must be something you want to do. Visit family, eat some good food.”

“No.”

“Well, when I get out of here in a few months, I’ll come find you, and you can meet my kids and I’ll cook you the biggest meal you’ve ever seen. You’ll finally be full.”

Theleus looked at them. Really, for the first time. Their eyes were vertical on their face with a splitting smile. They flipped their tendrils over to the other side of their head.

“All right, back to work!” a guard shouted. Theleus and Click walked to give their trays back, Click listing off all of the foods they would make.

They ran off to their station with a wave. Theleus picked up his pickaxe and looked to the loud inmate, smiling and waving goodbye to one of his friends.

Theleus’ release date was a recurring dream. One he kept waking up from right before he walked out those gates and was truly a free man.

 

With resolve in his mind, Theleus walked towards the loud inmate, pickaxe in hand.

 
















Insuficiente

-Riggs Robertson



Una presión honda y dolorosa tensó sus músculos dorsales y le hizo gemir por el esfuerzo. Llevaba grabado el trabajo intenso en cada parte de su cuerpo: manos, espalda, piernas, cara, piel, corazón. Theleus echó hacia atrás la cabeza, el sudor descendía por su frente goteando espalda abajo.  Dos días. Dos días más y habrá llegado la fecha de su puesta en libertad. Parecía un sueño, ese momento anhelado en el que Theleus había pensado todas esas noches en que le era imposible dormir. Un sueño recurrente.   

Sonó la campana. Los prisioneros soltaron sus herramientas en sincronía. El arrastre de los pies revolcó el polvo ajado mientras se desplazaban hacia una parcela de tierra que un acantilado ensombrecía. Hora del almuerzo; cuencos de hojalata listos frente a la gacha.  

Theleus dejó su pico y se dirigió hacia allá. Sus largas piernas de lagarto pisaban con peso el polvo, dejando huellas tras de sí. Trataba de ser consciente de los prisioneros más pequeños; algunos apenas le llegaban a la cadera. 

El cuenco de hojalata era una broma diminuta entre dedos de garras. No era suficiente comida para alimentar a un Ap’met’krek de su tamaño, pero quejarse no resolvería el problema.  Theleus podía cumplir con su trabajo con una porción así de escasa, y eso era lo que importaba. 

Con los ojos hacia el suelo, Theleus veía cómo servían la bazofia gris;  después iba a buscar un sitio fresco, aislado, donde poder comer. Los mejores lugares los habían  invadido ya varias maras y camarillas.  Localizó al individuo más escandaloso, encaramado en una roca, rodeado de su séquito. El recluso gritón tenía absortos a los demás con un cuento que probablemente era mentira. Theleus miró a otro lado. Había un lugar que no estaba ocupado, acurrucado en el acantilado, breve y medio escondido.

La arena seguía un poco caliente por las sombras cambiantes cuando Theleus se fue a acomodar; balanceaba la charola en su rodilla para tomar el cubierto y llevarse una cucharada de comida a la boca. 

“¡Theleus!” se oyó una voz que venía de la base. Theleus miró hacia allá, enfocando los ojos en la criatura exaltada que corría en su dirección. Era Click. Click era la mitad del tamaño de Theleus en cuanto a estatura y grosor, con un tercer brazo en el costado derecho. Mechones de bucles alineados en lo alto de su cráneo, grasosos y gruesos, caían a un lado de su rostro rosa y negro brillante, con su colita detrás que zumbaba al moverse.      

Click se dejó caer junto a él, dispuesto a narrar con emoción los sucesos del día y compartir su opinión de la comida. Su boca corría a kilómetros por minuto, los bocados desbordándose de su mandíbula abierta hasta la arena.

Theleus no respondió a ninguna de sus preguntas, ni reaccionó a su conversación o comentarios; dejaba que el ruido se convirtiera en ruido blanco. Siguió mirando al resto de los reos que daban vueltas. 

Cuando una magma de como media porción cayó en su charola salió del estupor en el que estaba. Click había hecho esto, darle la mitad de su propia comida. Chiquito, le había explicado en una ocasión –aunque Theleus no le había pedido hacerlo– eres enorme, y seguro que no te dan suficiente de comer.  Cuando me agarraron, mis hijos estaban creciendo y vaya si podían c–.

Theleus se comió esa mitad de la porción. 

“¿No está por llegar la fecha en que te sueltan?” 

Reflexionó antes de responder. Se le quebró la voz, se le desmoronó, y se le restauró al hablar, por la falta de uso, por la arena y por el daño. 

“Sí.”

“¡Qué emoción! ¿Cuándo será?”

“En dos días.”

Uno.

“¡Uf, increíble! Te voy a extrañar”, un codo huesudo le pinchó las costillas juguetonamente. “Tendré que buscar a alguien con quien comer en el almuerzo. ¿Qué es lo primero que harás?” 

Theleus miró hacia donde había dejado su pico. Estaba sucio, incrustado de lodo y mugre, semienterrado en la arena. El viento era implacable. Vio al prisionero ruidoso. Pusilánime. Fácil de vencer.

“Nada”, respondió después de un rato.

Click parecía confundido. 

“¿Nada? ¿En serio?” Debe haber algo que quieras hacer. Visitar a la familia, comer algo sabroso”. 

“No.”

“Está bien, cuando salga de aquí en unos meses, te iré a buscar y podrás conocer a mis hijos, y te voy a hacer el festín más grande que hayas visto jamás. Por fin podrás llenarte.”  

Theleus le vio. En verdad, por primera vez. Los ojos en su cara eran verticales, con una sonrisa divisoria. Se sacudía los bucles al otro lado de su cabeza. 

“Listo, ¡a trabajar otra vez!”, gritó un guardia.  Theleus y Click caminaron para devolver las charolas, Click recitaba una lista de toda la comida que iban a cocinar.

Corrieron a sus estaciones y se despidieron aleteando las manos. Theleus cogió su pico y miró al prisionero gritón, que sonreía y se despedía de uno de sus amigos.  

La fecha de la puesta en libertad de Theleus era un sueño recurrente. Uno del que constantemente se despertaba justo antes de cruzar la reja y ser un hombre libre de verdad.  

Con el arrojo que guió a su mente, Theleus se dirigió hacia el prisionero gritón, el pico en la mano.  

 

 

~Traducción de M. Iracheta