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Cielo
-Luke Boyce
When he used to lay in bed, in the tenuous space between awake and asleep, he would lock his eyes onto a spot of his bedroom ceiling, indistinguishable from its neighboring square inches and allow the darkness to creep in from the edges of his vision. Unblinking, it felt like the ocular equivalent of holding your breath underwater. The same sting of dry air coating the thin, delicate tissue of your corneas that one might experience in a lengthy staring competition, but alone, far closer to the solitude of feeling the weight of water surrounding you than the inter-spiritual pugilism of a stare-off.
In the darkness, the emptiness of that moment, when more of his sight was gone than still remained, he found his own form of meditation. A mind, cleared of any particular imagery or form so as to preserve and foster the darkness, for if his pupils focused even for an instant, he would be forced to begin from scratch. Like a school of fish, swimming tirelessly yet silently under a layer of ice, the thoughts beneath the thoughts would begin to churn.
Stories and shapes and clouds would advance gently and softly, like fog through a dense wood, slowly permeating and becoming part of the landscape, almost unnoticed even to the closest observer. Memories long lost, even at that tender age, would remind themselves of their own existence. Short glimpses of the feeling of soft, dry, thin skin draped loosely around old knuckles. Endless hallways in seaside warehouses that once stored sugar and molasses and now held sawdust and blue gloves.
Stepping ever so gently around the tender undergrowth of his subconscious, wary of disturbing even the air with so much as a breath, he would watch. Silent and still, in the metaphysical posture of the shape your body makes when you spot a deer on a hike – amazed and terrified of scaring the miraculous thing away. The sounds of the city long since dulled to his ears, his vision almost entirely replaced by the imagery flowing through the heart under his heart despite his open eyes, not even feeling the mattress beneath him, with its thin top sheet kicked down to its regular position at the foot of the bed.
And then, a twitch. A fraction of a fraction of a second of his eyes adjusting to the dark, searching for something solid to reflect light off of, and it all disappeared. Thrust, forcefully and suddenly back into his body, he would glance around, choose a new spot, and search for the nothingness in the ceiling again.
~ Luke Boyce
Cielo
-Luke Boyce
Cuando se acostaba en la cama, en ese endeble espacio entre el sueño y la vigilia, fijaba sus ojos en un punto del techo de su cuarto, indistinguible de los centímetros vecinos, y permitía que la oscuridad se arrastrara de los bordes de su visión hacia adentro. Sin parpadear, la sensación era el equivalente ocular de aguantar la respiración bajo el agua. Esa punzada de aire seco que cubre el tejido delgado y delicado de las córneas, la misma que uno experimenta al jugar a ver algo sin parpadear, pero sólo, mucho más cerca de la soledad con la que se siente el peso del agua que a uno circunda que con el pugilismo inter espiritual de un concurso de miradas fijas.
En la oscuridad, en lo vacuo del momento, cuando su capacidad de ver era muy poca, encontró su forma personal de meditar. Era una mente libre de toda imaginería o forma particular para preservar y albergar la penumbra; si sus pupilas se tensaban tan solo un instante, se vería obligado a comenzar desde cero. Como un banco de peces, nadando sin descanso pero sigilosamente bajo una capa de hielo, los pensamientos debajo de los pensamientos se empezarían a agitar.
Los cuentos y las formas y las nubes avanzarían suaves y con delicadeza, como niebla a través del bosque, lentamente permeando y volviéndose parte del paisaje, casi inadvertido hasta para la observadora aguda. Las memorias ya extraviadas, hasta en la edad más tierna, se recordarían a sí mismas de su propia existencia. Destellos breves de la sensación de la piel tersa, seca y delgada, cubierta de manera holgada alrededor de los nudillos viejos. Pasillos infinitos en bodegas junto al mar que alguna vez almacenaron azúcar y melaza y que ahora contienen guantes azules y aserrín.
De puntillas siempre con cuidado alrededor del tierno sotobosque en su inconsciente, cauteloso de no molestar ni al aire con su aliento, miraría. Quieto y en silencio, en la postura metafísica de la figura que tu cuerpo hace al divisar un venado en la excursión –fascinado y temeroso de asustar a esa criatura milagrosa. Los sonidos de la ciudad llevan tiempo de haberle opacado el oído, su vista reemplazada casi por completo por la imaginería que fluye por el corazón debajo de su corazón a pesar de sus ojos abiertos, sin siquiera sentir el colchón, con la sábana pateada hasta su posición usual al pie de la cama.
Y entonces un jalón. La fracción de la fracción de un segundo en que sus ojos se ajustan a la oscuridad, en busca de algo sólido que refleje la ausencia de luz, y todo se extinguió. Un impulso, repentino e imperioso que lo vuelve al cuerpo, para echar un vistazo alrededor, escoger un nuevo punto y buscar la nada en el techo otra vez.
~ Luke Boyce
Traducción de M. Iracheta