Todo en español hasta abajo
Between Nothing
-Matan Broshi
“Could you imagine how embarrassing it would be to die and have your sex toys or porno mags discovered by your kids? Or even grandkids?”
“That’s my worst fear with death, not the vast nothingness or the inconceivable darkness, it’s the inability to defend myself and my perversions that really scares me.”
Sex, its desire, its existence as a motive force in one’s life, seems to retain its ability to strip away dignity even from those who have nothing left of them but cold flesh. George and Eliza were once again crawling about the discolored Persian rug in the center of their grandparents’ living room. As young toddlers, this would have evoked adoration and love from lounging adult relatives.
The neglected underbelly of the grand piano and the busy, dusty ecosystems beneath the sofa and between cabinets, these unusual angles were nostalgic, but now tinged with a wincing expectation for unpleasant discovery, maybe a porno mag, maybe something entirely unexpected, unknown, and significantly more devastating.
“Am I crazy, or does this feel wrong?” George said, his head peeking into the darkness under the piano.
“It feels a little wrong,” Eliza muttered. “Rummaging through the things of someone who doesn’t know.”
“But they have to know,” George answered defiantly. “We all know, at some point it happens, and, if you don’t throw your dirty laundry out the window, it’s probably your fault.”
“What do you mean?”
“I mean it’s a universal truth, eventually you die and can no longer defend yourself, so you have to live a life that defends itself,” George grunted and got up to his knees. “If you’ll excuse a little pretentiousness, I would say that’s what we live for, the whole idea of legacy, life after life.”
Eliza blinked her big brown eyes furiously whenever George’s conversations veered into heavy-footed and clumsy philosophical constructions of the world. George was still a snotty-nosed goblin in her eyes, and it infuriated her that he would try to fool her into thinking he was anything more.
“This may impress college girls in your smoke circle but not anybody that knows you Georgie,” she once told him when they both finished their first semester at college and he disjointedly quoted Nietzsche at dinner.
Her lashes fluttered fast as if trying to take flight, and, with deep breaths, she wrangled them into a constrained squint.
“What makes you think Grandma would care about what people think about her after she’s dead? That’s it, she’s dead, there are no more consequences, people can think you’re the most disgusting abhorrent individual who has ever lived and it wouldn’t affect you in the slightest”
“Yes, b-”
“Because you are no longer alive.”
“I understand, there’s no reason to be rude and sarcastic.”
Both standing now, they stretched their aching joints and rubbed the redness that the rough carpet fibers imprinted on their elbows and knees. They climbed up the staircase, a creaking vertigo-inducing spiral, and put their argument on pause to catch their breaths. Nailed to the floral wallpaper along the stairs was a gallery of framed pictures, mostly of all the grandkids and babies of the family, a celebration of fecundity. In between were a few souvenirs. The grandparents in Cairo, posing in front of the pyramids with big Panama hats shielding their proud faces.
“You know,” George panted, “Grandma hardly cared what people thought about her when she was alive. Her modus operandi was to speak now and make amends later, usually the second part was optional.”
“Exactly!” Eliza exclaimed. “She didn’t care then, and she wouldn’t care now!” “I wasn’t agreeing with you.”
“Oh please just admit it, we came from nothing and we’re all headed towards nothing and there’s nothing that matters beyond the something that is now.” “What?”
“It doesn’t matter. Why would you dedicate your whole life to your death instead of your life, living a life that will ‘defend itself’ so you don’t have to? Why do you have to defend it?”
“All that talk will go out the window if we actually find sex toys under the bed.” Eliza chuckled, “It would be funny, but I would still love Grandma even if she liked sex.”
They rummaged through the jewelry drawers in the bedroom, packed in the tiny wooden compartments of the ornate white cabinet. There was no hope for treasure in this activity. Grandma was highly pragmatic and frugal and would have always rather adorned herself with the supercilious satisfaction of a good deal than any expensive jewelry.
“Can you guess how much I got this for?” was a favorite sentence of hers.
George and Eliza stood opposite the mirror and held necklaces and earrings up to their necks and lobes, sticking their chins up, laughing at the overt pompousness of the clunky stones and faux diamonds.
“How would you feel if your grandkids treated your belongings like props and parodied your wardrobe after you died?”
“Who said I’m ever having kids?’
“You’re not?”
“I think I’d rather live for myself.”
“A little selfish, no?”
“Just sparing them from finding my sex toys when I die.”
Entre la nada
-Matan Broshi
“¿Te imaginas qué vergüenza morir y que tus hijos encuentren tus juguetes eróticos o tus revistas porno? ¿Y qué tal que son tus nietos?”
“Eso es lo que me aterra de la muerte, no la inmensidad de la nada ni su inconcebible tiniebla, sino la incapacidad de defenderme a mí mismo y a mis depravaciones.”
El sexo, su deseo, su existencia como fuerza vital en la vida del individuo, parece retener la capacidad de desnudar la dignidad incluso a quienes no les queda más que carne frígida. Jorge y Eliza se encontraban gateando otra vez al ras del descolorido tapete persa que estaba al centro de la sala de sus abuelos. De niños, esto habría suscitado adoración y encanto de parte de los adultos apoltronados en los sofás.
Se aventuraban por la descuidada parte inferior del piano de cola, por los empolvados y concurridos ecosistemas que había debajo del sillón y entre los gabinetes; estos ángulos insólitos eran nostálgicos, pero ahora estaban teñidos de una anticipación incómoda por descubrir algo doloroso o desagradable, quizá una revista porno, quizá algo completamente inesperado, desconocido, y mucho más devastador.
“¿Es inapropiado hacer esto o estoy loco?”, dijo Jorge, con su cabeza brotando de la oscuridad debajo del piano.
“Se siente un poco mal”, musitó Eliza. “Hurgar entre las cosas de alguien que no tiene la menor idea”.
“Pero lo deben saber”, respondió Jorge desafiante. “Todos sabemos que en algún momento pasa, y si no echas tus trapos sucios por la ventana al final será tu culpa”.
“¿A qué te refieres?”
“Me refiero a que es una verdad universal, morirás tarde o temprano y no podrás defenderte a ti mismo, así que debes vivir una vida que pueda defenderse a sí misma”, rezongó George, y se irguió sobre sus rodillas. “Si me permites ser presuntuoso, diría que es la razón por la que vivimos, esta idea del legado, vida tras vida”.
Eliza parpadeaba frenéticamente sus grandes ojos marrones cada vez que las conversaciones con Jorge tomaban un giro impreciso y exagerado sobre sus construcciones filosóficas del mundo. Jorge seguía siendo, en sus ojos, un gnomo mocoso, y le enfurecía que tratara de engañarla haciéndole creer que era más que eso.
“Esto podrá impresionar a las universitarias de tu círculo de humo pero no a quien te conozca, Jorgito”, le había dicho una vez, cuando habían terminado el primer semestre de la universidad luego de citar con torpeza a Nietzsche en una cena.
Sus pestañas aletearon veloces como si trataran de despegar, y con alientos profundos las arreó a un entrecerrar de ojos forzado.
“¿De dónde sacas que a la abuela le importa lo que la gente piense de ella después de muerta? Se acabó, está muerta, no hay más consecuencias, la gente puede pensar que eres la persona más abominable y asquerosa que jamás ha pisado la tierra y no te afectaría en lo más mínimo”.
“Sí, p-”
“Porque ya no estás vivo.”
“Lo entiendo, no hace falta que seas malcriado y sarcástico.”
Los dos parados ya, estiraron sus extremidades doloridas y se sobaron las marcas rojas que las fibras rugosas del tapete les había imprimido en los codos y rodillas. Subieron por la escalera, una espiral chirriante que provocaba vértigo, e interrumpieron su discusión para recuperar el aliento. Clavada en el tapiz floreado del cubo de la escalera había una galería de fotos enmarcadas, la mayoría de todos los nietos y los bebés de la familia, una celebración de la fecundidad. Entre ellas colgaban algunos souvenirs. Los abuelos en el Cairo, posando frente a las pirámides con panamás protegiendo sus orgullosas caras.
“Sabías que,” Jorge jadeaba, “a la abuela le daba igual lo que la gente pensara de ella cuando estaba viva. Su modus operandi era hablar en el momento y limar asperezas después, y por lo general esto último era opcional”.
“¡Exacto!” exclamó Eliza. “No le importaba entonces y no le importaría hoy tampoco!” “Yo no estaba de acuerdo contigo.”
“ Ay, por favor, admítelo, venimos de la nada y hacia la nada vamos y no hay nada que importe más allá de este algo que es el ahora.”
“¿Qué?”
“Qué más da. ¿Por qué habrías de dedicar tu vida entera a la muerte en lugar de a la vida, vivir una vida que se ‘defienda a sí misma’ para que tú no lo tengas que hacer? ¿Por qué tendrías que defenderla?”
“De nada habrá servido esta discusión si logramos encontrar sus juguetes eróticos bajo la cama.” Eliza soltó una risita, “Sería cómico, pero yo seguiría queriendo a la abuela aun si le gustara el sexo.”
Hurgaron en las gavetas de joyas en la recámara, ordenadas en compartimentos de madera pequeñitos del armario blanco ornamentado. No había esperanza de hallar un tesoro con esta movida. La abuela era bien pragmática y comedida, y hubiera preferido siempre adornarse con la satisfacción altanera de una ganga que con cualquier pieza de joyería cara.
“¿A que no adivinas cuánto pagué por esto?”, era una de sus frases favoritas.
Jorge y Eliza se pararon a lados opuestos del espejo para probarse aretes y collares por encima de los lóbulos y los cuellos, levantando los mentones, riéndose de la pomposidad tan obvia de las piedras toscas y los diamantes de fantasía.
“¿Cómo te sentirías si tus nietos jugaran con tus cosas como si fueran props y parodiaran tu guardarropa tras morirte?”
“¿Quién dijo que voy a tener hijos?”
“¿No vas a tener?”
“Creo que preferiría vivir para mí mismo.”
“Algo egoísta, ¿no?”
“Para ahorrarles tener que encontrar mis juguetes eróticos cuando muera.”
~Traducción de M. Iracheta