I o n a
~Rachel Dickinson
Traducción al español abajo
I once stayed in the bottom bunk of a bunk bed in a monk’s cell on a tiny dot of an island in the inner hebrides. Home to Ireland’s Colum Cille’s (St. Columba) monastery – built and rebuilt many times since the 6th century – Iona was and is a spiritual sinkhole where time seems to collapse in all directions. Scottish, Irish, and Norwegian kings are buried on the island. The Book of Kells was written on the island. A militant kind of Christianity spearheaded by St. Colomba flourished intent on converting the Scottish barbarians. Vikings invaded in the 8th century, and Norway ruled the highlands and islands for hundreds of years. Then all that subsided. The Victorians found Iona quaint. More recently, an insipid form of tepid ecumenical Christianity, intent on offending no one, has driven its stake into the ground. Their greatest offense is the atrocious music they sing in the monastery’s chapel where notes should soar and swoop and swirl around its cold stone columns. While staying in their community, my time was spent wandering the island in search of birds – Corncrakes, skylarks, plovers – something that brings me much closer to a feeling of awe than what the community was offering. On the longest day of the year, I climbed the tallest hill through a meadow of bog cotton and bloody cranesbill to sit on Precambrian Lewisian gneiss, smoothed and rounded by eons of erosion. I looked toward the west where Colum Cille and 12 monks sailed from Ireland in a leather boat. I heard and watched seabirds wheeling above the sea in the dark blue twilight. Sparks rose and fell from a bonfire surrounded by cloaked druids on the pebble beach below. And to the north, I could just make out the vague outlines of islands that swept toward the arctic.
I o n a
~Rachel Dickinson
Una vez me quedé en la cama inferior de una litera de la celda de un monje en una isla que era un puntito de las Hébridas Interiores. Hogar del monasterio islandés Colum Cille (San Columba) -construido y reconstruido varias veces desde el siglo VI- Iona era y sigue siendo un sumidero espiritual donde el tiempo parece derrumbarse en todas direcciones. Hay reyes escoceses, irlandeses y noruegos enterrados en la isla. El Libro de Kells fue escrito en la isla. Una especie de cristiandad militante encabezada por San Columba floreció ahí resuelta a convertir a los bárbaros escoceses. Los vikingos la invadieron en el siglo VIII, y el reino de Noruega gobernó las Tierras Altas y las islas durante cientos de años. Todo aquello se aquietó después. A los victorianos les pareció que Iona era pintoresca. En fechas más recientes, una versión insípida de cristiandad ecuménica y tibia, dispuesta a no ofender a nadie, ha clavado su asta. Su mayor agravio es la música atroz que cantan en la capilla del monasterio donde las notas deberían elevarse y bajar en picada y revolotear alrededor de sus columnas de piedra fría. Durante mi estancia en aquel lugar, pasaba el tiempo deambulando por la isla en busca de aves –reyes de codorniz, alondras, chorlitos– cosa que me aproximaba mucho más a la sensación de asombro que lo que la comunidad ofrecía. En el día más largo del año, subí a la colina más alta por una pradera de algodón de pantano y geranios de sangre para sentarme en un gneis Lewisiano del Precámbrico, alisado y redondeado por eones de erosión. Miré hacia el oeste donde, desde Irlanda, Colum Cille y doce monjes navegaron en un bote hecho de cuero. Vi y oí aves marinas volando en círculos sobre el mar ante el azul oscuro del crepúsculo. De la playa de guijarros que había allá abajo ascendían y descendían chispas de una fogata rodeada de druidas encapotados. Y al mirar al norte, apenas pude percibir las siluetas difusas de las islas precipitándose hacia el ártico.
Traducción al español por M. Iracheta