Fire on the Mountain
By Minka Woodley
Traducción al español abajo
“And I look around the dismal cell, there’s my hopeful rucksack…” -sal paradise
I’ll tell you my name. I’m Clotilda up here above the place where birds perch sending signals down wind from my remote lookout tower where I’m assigned to search for wildfires by myself three months a year and I like it that way most of the time because atop alpine I remain devoted to what’s yet to come and all I really want to happen is the sight of smoke and flames. Avians fly around and lead me to venture into unflown currents such that I don’t have to say what comes across my mind during solitude even if there are humans still left who prefer to seduce by means of words alone. Thinking permits a resistance to noise. Thinking demands extraction, demands waiting and wandering. Hushed hammocks galore up here in my seclusion. The intimate music of things resounds when we close our eyes. Admittedly though it does get a bit lonely up here absent any company and unable to turn off my self-generated stereo system, that chatter. After enough absence of an-Other I drop my burning cigarette from the wooden box into Timber! and light the whole goddamn forest ablaze to send in teams of firefighters, those hotshot smokejumpers, who after sixteen hours straight of dousing pause to gather by campfire in ruptured exaltation escaping annihilation when they face inhalation. Some might think at this hour the incalculable is at hand. Sure before I surrender to arson I make morning coffee and check the maps and imagine bobcats and smell fresh saplings and settle into a kind of rhythm scouting mountain flower purples whites buttercups ahead of caving in and grabbing my radio to exchange coordinates with another lookout who’s a boy named Sue and who just might be willing to engage my isolation. Finally, though, the crack of static thrills me more than muted voices over radio waves because that crackle reminds me of the lash when combustion turns to embers. One fast move and I’m gone.
Incendio en la montaña
de Minka Woodley
“Y miro alrededor de esta celda deplorable, ahí está mi mochila optimista…” -sal paradise
Te diré mi nombre. He aquí Clotilda en el lugar en que los pájaros se posan para mandar señales en el viento desde este puesto vigía donde fui asignada para detectar incendios forestales sola tres meses al año y me gusta que sea así la mayor parte del tiempo porque en la altitud alpina me mantengo devota a lo que está por venir y lo único que quiero que ocurra es humo y llamas. Los aviarios volando alrededor me animan a mudar de pensamiento y aventurarme por corrientes inéditas de tal manera que no tenga que decir las cosas que considero durante mi aislamiento incluso si todavía quedan humanos que aún seducen mediante palabras y nada más. Pensar me inclina a la quietud y como resultado permite una resistencia temporal al ruido. Pensar exige sosiego. Pensar exige extraerse, exige esperar y asombro. Un montón de hamacas susurrantes hay aquí en el retiro. Se escucha la música íntima de las cosas cuando cerramos los ojos. La calma. Se admite no obstante que la soledad se vuelve intensa y es imposible apagar el sistema de sonido autogenerado. Tras una ausencia suficiente de otro arrojo mi cigarrillo encendido desde la casilla a la ¡Madera! y prendo en llamas todo el maldito bosque para enviar escuadrones de bomberos, a esos personajes brinca llamas, quienes después de 16 horas seguidas de extinguir paran por fin para levantar un campamento en exaltación apocalíptica al huir de la aniquilación cara cara a la inhalación. Algunos creerían a estas alturas que lo incalculable está a la mano. Sin duda antes de rendirme por mi piromanía me hago un café mañanero y reviso los mapas e imagino los linces rojos y huelo los retoños y me acomodo a una especie de ritmo explorando flores montañosas, botones de oro blancas y moradas antes de darme por vencido y coger la radio para intercambiar coordenadas con colegas vigías que quizá estén dispuestos a aminorar mi aislamiento. Finalmente, el chasquido de la estática emociona más que las voces mudas en las ondas radiales porque ese crujido me recuerda al latigazo de la combustión al convertirse en brasas. Un abrir y cerrar de ojos y me he esfumado.
Traducción al español de M. Iracheta